No son pocas las ocasiones en que en mis clases les he
hablado a mis alumnos de un personaje singular: Florence de Nightingale. Como
muchas otras mujeres dedicadas a la ciencia, pocos son los que la conocen. Si
preguntas en el aula por nombres de mujeres famosas en el ámbito científico la
respuesta (en singular) viene a ser siempre la misma: Madame Curie. Y no es
para menos. Pero ¿es que sólo ella investigó?. La respuesta es negativa.
Creo que merece la pena, y mucho, recordar aquí, entre
otras cosas, a esas mujeres que, a pesar de darlo todo, sus nombres quedaron en
el olvido. Quizá de este modo, cuando vuelva a preguntar por nombre de mujeres
de ciencia, pueda tener mayor variedad en la respuesta.
Ya no recuerdo cómo ni dónde conocí la historia de
Florence. Pero lo que si recuerdo es que, para la época en que vivió (1820 –
1910) demostró que su carácter podría tacharse de fuerte. Y me atrevo a decir
esto porque con sólo 17 años dejó clara su firme decisión de dedicarse a la
enfermería. Hoy en día quizá esto no parezca relevante, pero hay que aclarar
que, a principios del siglo XIX, el papel de la mujer era exclusivamente
dedicarse a criar hijos y a ser una esposa modelo. No hace falta echar la vista
atrás demasiado para intuir las consecuencias de su decisión. Tan sólo hay que
ver alguna de las películas de “cine de barrio” en las que el papel reservado
para las mujeres de los 70 (un siglo más tarde) era, con ligeros matices, el
mismo. Como decía, las consecuencias inmediatas de su decisión fueron las malas
relaciones con su madre y su hermana, principalmente. Aunque, lejos de
desanimarse consiguió, finalmente, hacerse enfermera.
En 1850 viajó a Alemania, donde pudo ver cómo trabajaban
con enfermos y marginados. Esta experiencia le propició 4 meses de trabajo que,
a la postre, le serían de suma utilidad. En concreto, en 1854, partió junto con
38 enfermeras a las que ella, personalmente había adiestrado, hacia el Imperio
Otomano (Turquía), donde el ejército británico disputaba la conocida como
guerra de Crimea. Al llegar a su destino se encontraron con barracones de
heridos que recibían tratamientos inadecuados por parte del equipo médico que,
hasta ese momento, se habían hecho cargo de la situación.
Aunque, inicialmente, la historia atribuyó una reducción
más que generosa a la gestión de Florence en ese centro de heridos reduciéndose
el índice de mortalidad de un 42% a un 2%, no fue así. Lo que si puede decirse
que pasó es que, seis meses después de su llegada, el gobierno británico destinó
una comisión sanitaria que dedicó sus esfuerzos a la mejora de las condiciones
sanitarias del hospital de barracas, reduciéndose notablemente el índice de
mortalidad. Lo curioso del caso es que ella misma, Florence, no abogó en
aquellos momentos por relacionar las condiciones higiénicas con el índice de
mortalidad. Tan sólo, posteriormente a la guerra, al reunir pruebas para la
Comisión Real para la Salud en el Ejército, fue consciente de la relación entre
ambas variables. Como dice el refrán: “nunca es tarde si la dicha es buena”. Y
así fue como comenzó a defender la importancia de las mejoras en las
condiciones hospitalarias, aportando ideas para el correcto diseño de
hospitales, por ejemplo, el del Hospital Real Buckinghamshire, próximo a su
domicilio.
Durante su estancia en las dependencias donde se
encontraban los heridos se ganó la confianza y el respeto de éstos demostrando
su implicación en su mejoría hasta el punto de realizar rondas nocturnas,
cuando el resto de personal sanitario se había retirado a descansar. Esto le
valió el sobrenombre de “la dama de la lámpara”. Además, se organizó una
asamblea para recaudar fondos para hacerle un homenaje. La participación fue
tan grande que se creó el Fondo de Nightingale para el entrenamiento de
enfermeras (aquellas que realizaban esta formación recibían un pequeño
salario).
En 1859 fue elegida la primera mujer miembro de la Royal
Statistical Society y, posteriormente, sería elegida como miembro honorario de
la American Statistical Associatio. Todo ello por culpa, en parte, de sus
notables aptitudes para las matemáticas, en concreto para hacer gráficos
explicativos. Así, adaptó el gráfico circular a una versión particular en la
que destacaba las causas de la mortalidad mediante unas cuñas explicativas. A
este método se le conoce como “rosa de Nightingale”, en su honor. Al aplicar esta
metodología en los informes que presentaba a los miembros del parlamento
británico y los funcionarios civiles consiguió que fueran comprendidos
rápidamente sin necesidad de elevados conocimientos en la materia, como había
sido costumbre hasta ese momento. Además, Nightingale, realizó un concienzudo
análisis estadístico sobre las condiciones sanitarias en las zonas rurales de
la India. Tras 10 años de reformas la mortalidad entre los soldados bajó de 69
a 19 por cada mil.
En 1860 se creó la Escuela Nightingale para enfermeras.
La calidad de la enseñanza y de las personas que en ella se formaban fue
decisiva para crear, 10 años más tarde, la Cruz Roja Británica. Su fundador,
Henri Dunant, reconoció en su visita a Londres en 1872 que el trabajo llevado a
cabo por Florence le influyó de tal modo que decidió promover la Convención de
Ginebra.
Así que, cuando entramos en un hospital, estamos
asistiendo a la aplicación práctica de muchos de los consejos y de las
experiencias aprendidas por una rebelde chica de posición acomodada que
renunció a muchos de sus privilegios para que aquellos que sufrían en una cama
de hospital tuvieran una oportunidad de seguir viviendo. Y yo me pregunto, si
la historia quiso reservarle un sitio, ¿por qué nosotros no le vamos a reservar
un sitio en nuestra memoria?. Premonitoriamente, en la única grabación que hay
de su voz dijo:
“Cuando ya no sea ni siquiera una memoria, tan sólo un
nombre, confío en que mi voz podrá perpetuar la gran obra de mi vida. Dios
bendiga a mis viejos y queridos camaradas de Balaclava y los traiga a salvo a la orilla.”
Florence Nightingale.
Y ahora, cuando vuelva a preguntar en clase, “¿alguien
conoce el nombre de alguna mujer que haya hecho alguna investigación notable?”
espero que, junto con Madame Curie alguien recuerde a la dama de la lámpara.